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Newsletter N° 17



Fronteras para una trama 
delicada y turbia
por Marta Ortiz
Reseña a Verolín, Irma, El camino de los viajeros, editorial de la UNL, Santa Fe, 2012


El camino de los viajeros, novela de la narradora argentina Irma Verolín, fue distinguida en 1997 con el Premio Internacional de Novela Mercosur. Quince años después, la UNL y el Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia de Santa Fe, se unieron para coeditarla  (colección Los Premios). Justa reparación de lo injustificable, que los lectores celebramos ante la eventual pérdida de esta valiosa materia narrativa, si hubiera permanecido en la sombra.

Viajábamos con voracidad”, dice la primera línea del primer capítulo (nueve en total); y agrega: “… arrastrar el cuerpo alrededor del mundo era lo único que parecía justificarnos.” 


La narradora asume un yo maduro que se esfuerza por asir de algún modo y comprender a la joven protagonista de una historia en la que las palabras “viaje”, “frontera” y “mundo” son ejes capitales de la trama. Esta mujer joven ha quedado lejos en el tiempo, una pieza más en la suma de mujeres que componen a esta otra que cuenta, la que en el presente narrativo “es”. 

Se reconstruye a partir de unas cartas rescatadas, hasta entonces en poder de Marcos, médico de frontera, ex pareja de Irene (nombre falso que él le dio y único que nombra a la joven protagonista); cartas escritas en Buenos Aires durante una estadía de Irene cuando la pareja residía en San Pedro, Misiones, cerca de la frontera con Brasil.

Se trata de un trabajo laborioso y difícil, ya que quien hoy narra, no se reconoce en la mujer que escribe las cartas; disociada de su versión joven, no existe puente que pueda reunirlas. A pesar de los explícitos datos temporales (años ochenta en la Argentina, fines de la dictadura militar, evidencia que crea un clima denso que lo contamina todo, que no se ve pero se siente o se sugiere ) y espaciales (Tilcara, San Pedro, Buenos Aires, Córdoba, entre otros), la novela recorre un tiempo interior que diluye cualquier atisbo de certeza; abarca un largo cuestionamiento (a partir de los hechos que se recuerdan y rearman, como quien intenta marcar o reconocer un territorio propio a partir del cuerpo que es también memoria). El mundo,  para quien se siente extranjera, es inapresable, como lo es el monte misionero, límite a todo intento de comprensión. 

“El principio se deshace en otros finales”, la frase intenta encontrar un comienzo, pero lo hace disolviendo el límite entre principio final, de entrada sumerge al lector en la idea de fugacidad, de impermanencia, marcando así claramente el territorio en el que se moverá la novela: ambiguo, indefinible, cambiante, incierto;  y continúa: fuimos “dos personajes trágicos dispuestos a dar el primer paso hacia el foco más intenso de luz”, hacia el desarrollo y culminación de una historia intensa, de bordes siempre brumosos, que destaca la fragilidad de la relación asimétrica entre dos seres que compartían el haber vivido una niñez compleja: “sombras chinas de una mano gigante sobre la pared del mundo” , cuando ese “mundo ” no parece capaz de sostenerlos: “…hecho de tiza, bastaba con soplar para que desapareciera”.

En la frontera la sensación es de inestabilidad: lugar de desorden, de mezcla de idiomas, sitio donde se es y no se es, donde la realidad pesa más que cualquier palabra; la fuerza de la naturaleza se refleja en ese monte impenetrable, eje de toda conversación, mampara inconmovible, muro, dominio que todo lo traga, al que a veces es mejor ignorar: “Dar la espalda, taparme los ojos ha sido el acto de mayor protección que he encontrado en mi vida”, dice Irene: su espalda es su muralla protectora, su frontera. 

El “mundo” también eje en esta trama, se articula como teatro, sucesión de tablados o escenarios donde el destino del hombre se juega, sujeto a vaivenes erráticos. Ante una relación difícil y a un mundo hostil, la posibilidad del “viaje” brilla como llave mágica que precipita la huída, antídoto contra el peligro, suspensión momentánea de la vida, de la memoria. Basta desplegar el mapa, elegir un destino y la pareja viaja: “…subíamos impulsivamente a un micro o a un coche y la historia dejaba de avanzar.” Abatida por la soledad Irene apela a otra clase de “viaje” en el que las estaciones del itinerario solo reflejan un profundo vacío. Fumar y beber trazan otro límite determinado por el aislamiento. Se relata la caída en un pozo, como quien cae en un cono de sombra: desde su fondo oscuro, ella ve cómo el mundo delimita su escenario, pero  también de inmediato vuelve a ser lo que siempre fue: “un gran pozo en el que mis oscuridades pasaban desapercibidas.” 

Un giro inesperado a causa de la omnipresencia de “los milicos”, hombres que se mueven en bloque, armados y uniformados, que denotan la clase de orden que reinaba en ese momento en la Argentina y que en la frontera se vuelven más amenazantes, empuja la huida de la pareja a Córdoba, donde finalmente la realidad descorre el último velo de una relación amorosa destinada al fracaso.

“Casi podría decir que ella escribe con el mismo gesto con que alguien se mira al espejo: con la absoluta certeza de encontrar el rostro conocido, el propio, el que ya conoce de memoria”, confiesa la narradora; desde luego Irma Verolín sabe, como todo escritor de largo oficio, que ficcionalizar la experiencia es el “viaje” por antonomasia de un escritor.  “Sólo con palabras soy capaz de entender lo que sucede”: el valor de la escritura dadora de conocimiento, organizadora del caos, propio y ajeno. 

En El camino de los viajeros todo cobra una dimensión metafórica: la frontera, el monte, el viaje, el mundo, el alcohol, las sierras, los milicos. Nada es totalmente lo que parece, detrás siempre hay algo más que no se explicita; hay límites infranqueables. Existe un plano tangible y otro intangible: también los fantasmas circulan a voluntad por estas páginas “habitaban la frontera de la casa, estaban justo allí”. Todo dicho a partir de una voz que reflexiona, indaga, se hamaca cómoda en el pensamiento paradójico, deconstruye para volver a construir, las certezas siempre provisorias. Prosa limpia, sin artificios inútiles, no exenta del humor necesario que distancia.

La línea que divide, el límite, es aquí un leitmotiv; alude, de un modo u otro a una misma gran frontera: la vulnerabilidad de la condición humana, que siempre reaparece cuando queremos saber quiénes somos y adónde vamos. Tal certeza parece ser el motor que impulsa a esta narradora-protagonista aplicada al rescate de sí misma a partir de la escritura que recicla y alivia, posiblemente para “llenar espacios y crear así una trama delicada y turbia que la sostenga”


Fuentes: 

Letra Cosmos: http://www.letracosmos.com.ar/resenas/fronteras-para-una-trama-delicada-y-turbia-sobre-el-camino-de-los-viajeros-de-irma-verolin/

Vuelo de la noche: http://marta-ortiz.blogspot.com.ar/2013/02/irma-verolin-el-camino-de-los-viajeros.html

Gaceta Literaria: http://gacetaliterariavirtual.blogspot.com.ar/search?updated-max=2013-04-01T06:24:00-03:00&max-results=20&start=5&by-date=false



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